En esta columna, hemos abordado diversas cuestiones relacionadas con los aspectos socioeconómicos de China, poniendo especial énfasis en los notables avances tecnológicos que el país ha logrado en las últimas décadas. Estos avances son el resultado de incesantes inversiones en ciencia y tecnología (CYT), que recientemente han alcanzado un 2.6 por ciento del producto interno bruto (PIB) nacional; cifra que es comparativa, incluso, con las de Estados Unidos y la Unión Europea. Este crecimiento en la inversión resalta el empeño que China ha puesto en establecerse como una potencia tecnológica a nivel global.
Hoy en día, es fundamental que nos adaptemos a la influencia que empresas como Huawei están teniendo en el desarrollo de tecnologías de última generación, como el 6G, así como en la inteligencia artificial. Es vital «normalizar» nuestro entendimiento sobre cientos de compañías chinas que están llevando a cabo innovaciones que capturan la atención en numerosas cadenas de valor global. Empresas como Huawei, Smic, Yangtze Memorial Technologies, CATL, Fourier Intelligence, Xiaomi, Robotics in Unity, Deepseek, BYD, Baidu, Tencent y Alibaba son solo algunos ejemplos que demuestran la esencia de la competitividad e innovación chinas en el escenario mundial. Estas compañías, tanto transnacionales como locales, tienen el potencial de seguir haciendo grandes avances en los próximos años.
Como hemos reiterado en esta columna, la mayoría de estas empresas han emergido como resultado de un esfuerzo conjunto del sector público chino, donde la competencia ha encontrado su raíz en una coordinación estratégica a largo plazo, todos bajo el liderazgo del Partido Comunista de China. A principios de este siglo, se tomó la determinación de implementar políticas públicas que facilitaran un liderazgo en el desarrollo de automóviles eléctricos, en particular, en el ámbito de los coches autónomos, superando así el conocimiento y la tecnología de sus principales rivales en Estados Unidos, Europa y Japón.
Sin embargo, esta evolución podría parecer «abstracta» y quizás distante para algunos. Antes de que las tensiones comerciales globales iniciadas por el entonces presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, entraran en vigor en enero de 2025, China había comenzado a seguir una estrategia denominada de «nuevas fuerzas de producción de calidad», que sigue vigente hasta hoy. A la fecha, nos preguntamos cuáles son las dinámicas complejas que subyacen en la competencia entre estas dos grandes potencias, los Estados Unidos y China.
El Instituto Australiano de Directrices Estratégicas (ASPI) ha realizado un análisis detallado de las empresas y sus respectivas naciones desde 2003, enfocándose en aquellas que lideran en el sector de «tecnologías críticas» en un total de 64 sectores diferentes.
El informe de ASPI abarca áreas como defensa, aeroespacial, energía, medio ambiente, inteligencia artificial, robótica, computadoras, materiales avanzados así como tecnología cuántica. Los resultados son asombrosos: entre 2003 y 2007, Estados Unidos dominó el liderazgo en 60 de las 64 tecnologías estudiadas, pero entre 2019 y 2023, este número se redujo drasticamente, ya que solo citó siete. Por otro lado, China se ha consolidado como el líder en 57 de las 64 «tecnologías críticas» durante el mismo periodo. Además, países como India también están emergiendo como competidores serios en el ámbito de las nuevas tecnologías. Es importante tomar nota de estos resultados y referirse a los sectores específicos analizados por ASPI (invitamos a todos a consultar el estudio completo).
En el campo de la industria fotovoltaica, Estados Unidos lideró hasta principios de los años 2000, con Alemania y Japón también destacando. Sin embargo, en la actualidad, China ha superado las capacidades de producción y publicación de Estados Unidos, Alemania y Corea del Sur. En cuanto a las baterías para vehículos eléctricos, es notable que las empresas chinas, especialmente CATL, han hecho avances tecnológicos significativos, a menudo eclipsando a sus competidores en este sector. Las contribuciones de Estados Unidos y la Unión Europea en este ámbito ahora son menores.
Es fundamental aclarar que la proyección anterior no debe llevarnos a una perspectiva mecánica o determinista que sugiera que China se convertirá «necesariamente» en el próximo poder tecnológico global. Desde una visión latinoamericana y mexicana, es esencial reconocer el progreso en liderazgo tecnológico resaltado por ASPI, aunque parece que se somete a la presión estadounidense en el corto plazo. No podemos dejar de lado el esfuerzo inversor en CYT que las empresas chinas están realizando, ya que sus implicaciones no pueden ser ignoradas en América Latina. La influencia ejercida durante la presidencia de Trump podría no resultar tan significativa, al menos desde una perspectiva mexicana, en plazos medianos y largos.
¿Qué nos deparará el futuro?
Por Enrique Dussel Peters, profesor de posgrado en economía y coordinador del Centro de Estudios de México Chino en UNAM