De animales mágicos a fuerzas en disputa: palabras que ausentan vidas – El informante

[…] resulta clave cuestionar no solo el lenguaje institucional y académico, sino también las formas de hablar y pensar lo animal en el cotidiano, en lo popular, y por ello las formas en que nos relacionamos y coexistimos políticamente entre distintas especies.

En su crítica a los discursos coloniales y académicos, Silvia Rivera Cusicanqui alude a la concepción de “palabras mágicas” para referirse a aquellos términos que, al nombrarlos, no se habita lo que se nombra1. Estas palabras que se articulan en discursos y permean saberes expertos y no expertos, bajo una apariencia de neutralidad o sofisticación intelectual, ocultan relaciones de poder y reproducen formas de dominación. Esta “magia” al evocar palabras anula la historia, la experiencia concreta y las contradicciones, envolviendo los discursos en un aura que puede resultar “bienintencionada” pero vacía de conexión con la vida real. En este sentido, las “palabras mágicas” funcionan como dispositivos de reducción epistémica, donde se pierden las memorias, los territorios y los cuerpos humanos y no humanos. 

La realidad se configura en el tejido comunitario que se compone siempre de animales humanos y no humanos en constante interrelación en determinado entorno o territorio, y que justamente estas relaciones que allí acontecen son políticas. Por ello, al situar este concepto cusicanquiano al campo de las relaciones interespecie, quiero resaltar una crítica al lenguaje que mediante estratégicas figuraciones o “palabras mágicas” fortalecen la dicotomía jerárquica humano/animal mientras aviva y por tanto re/produce el especismo (como un orden tecno-biofísico-social de escala global que produce sistemáticamente la dominación animal2 dentro de discursos progresistas, humanitarios, animalistas, etc., y que tales discursos son internalizados y re/producidos para fines que avivan y alientan la maquinaria especista.

Aunque las prácticas discursivas operen desde lo simbólico, sus efectos son completamente reales, moldean percepciones, organizan jerarquías y legitiman estructuras de poder. Al sostener una negación de nuestro carácter material y de nuestra animalidad, se refuerzan los ideales e intereses que delimitan las fronteras jerárquicas entre lo animal y lo humano, lo racional y lo irracional, etc. Resultado de operaciones simbólicas que despojan a individuos de su agencia, historia, dignidad, de su propia vida y experiencia subjetiva.

Muchas palabras se fundamentan en discursos especistas, que legitiman e infunden el consumo de carne, de cuerpos animales –entendido como carnismo3. Estas concepciones actúan como dispositivos que enmascaran relaciones de poder coloniales y violentas bajo el velo de la racionalidad, el progreso, la ciencia, la economía, lo humano etc. Es necesario cuestionar la re/producción de la lógica especista entendida desde este contexto moderno-colonial que no habita lo que nombra, que nombra lo animal sin situarse en lo animal, y que encubre todo un entramado de dominación animal, disimulando sus efectos nefastos. 

En los discursos expertos y no expertos que erigen y sostienen el privilegio de un ideal normativo en torno a lo humano (racional, letrado, propietario, heteronormado, etc.) la animalidad es despojada de su sentido anima, es decir, de su potencia o fuerza vital, de su agencia, de su corporalidad, de su subjetividad, de sus vidas y mundo propio para tornarse en una abstracción manejable, calculable. Lo anterior facilita la dominancia para los mecanismos de poder. Así, se reproduce la lógica de lo humano (moderna, blanca, occidental) que niega y desfigura la resistencia, participación y contribución animal en el mundo compartido.

En este marco, resulta clave cuestionar no solo el lenguaje institucional y académico, sino también las formas de hablar y pensar lo animal en el cotidiano, en lo popular, y por ello las formas en que nos relacionamos y coexistimos políticamente entre distintas especies, comprendiendo cómo los dispositivos de poder discursivos operan como mecanismos de control sobre lo animal, sobre una heterogeneidad de singularidades vivientes.

“Palabras mágicas”

Situando un caso donde operan las palabras vacías que distorsionan la realidad, una cadena local que se dedica a dar muerte y comercialización a individuos abstraídos como “pollos” ejemplifica la lógica de las “palabras mágicas” como “nadie lo hace”. Su “amor por el pollo” implica dar muerte sistemáticamente a millones de singularidades vivientes, con experiencias subjetivas propias, criadas y producidas como aves de “corral” meramente para el consumo humano. A estas aves se les transforma en sus cuerpos y en sus nombres cada día, volviéndoles “ausentes como animales para existir como carne”4. Se ausenta el ser, el cuerpo al que se ha dado muerte, pero también se ausenta el animal como concepto, y por ello es sustituible por otros conceptos que facilitan su consumo. El “pollo” se torna en algo más abstracto, no es ya el cadáver de un ave, sino en un “crispy”, una “presita”, un “combo infantil”, o cualquier eufemismo que neutraliza el horror bajo una fachada táctica que encubre el cuerpo al que se le dio muerte, lo que borra la conexión con cualquier tipo de violencia y sufrimiento.

El cuerpo del animal desaparece en el acto lingüístico y simbólico del consumo. Su muerte se modifica con la imagen, sabor, forma, etc., presentándose como algo bello, deseable, natural. Esta disociación semántica normaliza y facilita que el animal sea apropiado como objeto comestible sin conflicto moral: no hay muerte, hay sabor; no hay cuerpo, hay producto. No hay violencia, hay amor. 

Las operaciones discursivas que cosifican y fetichizan los cuerpos, que los vuelven objetos del deseo consumista, de la lógica carnista, desplazan hacia una experiencia de naturalización, de consumo emotivo, compartible, y gozoso de vidas y cuerpos animales. Lo anterior se apoya en un proceso donde el lenguaje desplaza las prácticas dominantes hacia una experiencia naturalizada, emotiva, compartible y gozosa del consumo de vidas animales. Esto se sostiene en un uso estratégico del lenguaje, donde lo visual, lo afectivo y lo verbal se combinan para encubrir la realidad material que acontece en jaulas, granjas, camiones, mataderos y seguidamente en cada plato.

Las partes del cuerpo mutiladas del “pollo” se muestran doradas, crujientes, dispuestas con esmero en empaques eco-amigables, acompañadas por animales caricaturescos y sonrientes, felices y serviles ante su propia tortura y muerte, mientras invitan a los espectadores a abrir sus apetitos y deseos en medio de eslóganes emotivos. Más que comida, es toda una narrativa una performance que encubre la dominación con el ropaje de la fiesta, la familia, la infancia. Una forma de dominación que no impone, sino que seduce, que no violenta visiblemente, sino que encanta, hipnotiza y disuelve el conflicto ético-político en la experiencia del goce estético. 

Así como el pensamiento colonial ha borrado territorios y memorias mediante la imposición de discursos modernos, el lenguaje publicitario borra la vida animal al nombrarla solo como producto. Para entenderlo en términos del referente ausente, hay aquí una forma de violencia epistémica: el animal desaparece no solo físicamente, sino simbólicamente. Detrás de cada “presa”, de cada “combo infantil” hay una ausencia: la vida de un ser que se sustituye por la carne. El referente ausente es lo que separa a quien come carne y al animal del producto final5. No se trata solo de matar, sino de hacer olvidar que hubo vida. El discurso amoroso oculta un régimen de producción basado en la explotación de cuerpos no humanos, y la imagen amable que desfigura esa violencia y dominación hasta volverla deseable mientras enmascara el olvido del ser y la vida animal. La cadena local mencionada que se erige célebremente como identidad regional es un referente que se viste de orgullo, pero que encubre una jerarquía que subordina y explota lo animal, lo otro, lo viviente.

Nietzsche, en Verdad y mentira en sentido extramoral6, concibe la palabra como: “La transcripción en sonidos de una excitación nerviosa”. Esta se convierte en concepto más allá de la experiencia original y singular que la generó; cuando se enuncia, no está aludiendo a su génesis o sentido primigenio, sino que al aplicarse y referirse a una amplia gama de cosas y situaciones, nunca es una palabra idéntica estrictamente pese a su forma. Aunque una palabra conserve su forma externa, nunca es idéntica a sí misma cuando se vuelve a usar, es movediza, constantemente diferente. Según Nietzsche, el humano no tiende hacia una verdad pura, sino hacia meras ilusiones y sueños, engaños por los que, en su uso repetitivo ascienden a la categoría de leyes. Al estipular “verdades” en el lenguaje, no hacemos más que aferrarnos a ilusiones que traen estabilidad, comodidad y beneficio, y que a su vez reposan sobre un fondo de intereses e instintos insaciables. 

En virtud del movimiento del mundo, parece que el lenguaje se quedara corto para expresar y aludir a esa misma movilidad. Dunayer nos plantea que el especismo es una mentira y requiere de un lenguaje de mentiras para sobrevivir7. Su contenido, mayormente cristalizado en conceptos y definiciones estáticas postula un sentido de verdad que es enteramente funcional a unos intereses de poder y dominancia, y que acarrean efectos nefastos como la apuesta estética del lenguaje simbólico que enmascara el asesinato como un acto alimenticio de “amor” al “pollo”.

Si bien se puede perpetuar el especismo mediante el lenguaje, también se puede resistir. Es posible crear y re-crear palabras y representaciones, renovar y expandir su sentido cada vez, formas de lenguaje con enfoque emancipador para que no oculten, normalicen y/o reproduzcan formas de dominación. Conceptos como “mascota” o “animal de compañía” que reflejan una jerarquía despótica y sitúa a los animales no humanos en un rol subordinado, como objetos al servicio humano, se han alterado al punto en que se habla cada vez más de “familias interespecie”, donde la correlación de fuerzas cambia y se reconocen vínculos de cuidado y reciprocidad que trascienden la dominación. 

Hay que cambiar entonces las correlaciones de fuerza que han endurecido y reforzado la dicotomía jerárquica humano/animal. El lenguaje es una parte fundamental de nuestra praxis vital, por lo que puede re/producir y naturalizar formas de dominación animal y negar o encubrir el daño directo o indirecto a otros animales. No se trata de corregir ni purificar el lenguaje, sino poner en duda las formas y crear alternativas para habitar lo nombrado, para incomodar lo dado y abrir otras formas de ser y relacionarse. Más que tratar de postular un nuevo diccionario o una fórmula de habla, se trata de abrir grietas en la lógica dominante y habitarla desde la contradicción y lo situado. Insistir en palabras que no encubran ni reproduzcan dominancias es también reivindicar formas de hablar que surgen desde abajo, desde los márgenes de la estructura dominante, desde lo cotidiano, popular y afectivo.

Para “deshechizar” nuestra relación con las palabras, es necesario un cuestionamiento activo de la realidad y de las metáforas que la configuran: representaciones que naturalizan, anestesian y reproducen la dominación y la violencia. Volver sobre el lenguaje no de manera mágica o abstracta, sino habitándolo de forma situada, atenta al contexto histórico-material, y orientada a construir formas de vida alternativas, antagónicas al especismo. Se trata de también de potenciar la resistencia desde lo cotidiano, desde las prácticas populares y solidarias que, al renovarse continuamente en la vida diaria, sacuden el sentido común. Es posible potenciar la vida y transformar el mundo, nombrar y habitar otros mundos posibles donde se amplíen los horizontes reales y simbólicos para que en los territorios florezca la vida en su heterogeneidad, entre individuos de diversas especies, y en palabras rebosantes de ese contenido y resistencia animal(ista) y antiespecista.  

1 Rivera Cusicanqui, S. (2018) Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis. Tinta Limón Ediciones., p. 27.
2 González, A. Ávila, I.D. (2022). Glosario de resistencia animal(ista). Ediciones , pp.50-51.
3 Ibíd., p. 40.
4 Adams, J. C. (2016). La política sexual de la carne. Ochodoscuatro Ediciones, p. 123.
5 Ibíd., p. 42.
6 Nietzsche, F. (s.f.). Verdad y mentira en sentido extramoral, p. 229. Repositorio UAM. Recuperado de: https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/325/22029_Verdad%20y%20mentira%20en%20sentido%20extramoral.pdf?sequence=1
7 Dunayer, J. (2001). Animal equality: Language and liberation. Ryce publishing, p. 7.
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