La transición venezolana hacia el patrimonialismo: para una sociología política de la apropiación del Estado – El informante

Yo no concibo que sea posible siquiera establecer un reino en un país que es constitutivamente democrático, porque las clases inferiores y las más numerosas reclaman esta prerrogativa con derechos incontestables”

Simón Bolívar[1]

1. El 28 de julio de 2024, la corrupción-fraude-violencia y las fuentes del poder

En el libro La Larga Depresión venezolana sostuvimos que la situación política de Venezuela a partir de 2016 se caracterizaba por lo que Antonio Gramsci definió como una crisis del Estado en su conjunto[2]. Este tipo de crisis ─también denominadas crisis orgánicas─ se producen cuando, tanto las clases sociales dominantes, como la clase política en general, pero sobre todo, la élite política gobernante en particular, han fracasado “en alguna empresa política para la cual requirió o impuso por la fuerza el consenso de las grandes masas”, por un lado; y cuando la élite gobernante pierde su rol de dirigente, quedando sostenido su poder político sobre la fuerza de la coacción ─esto es, dominación sin hegemonía─, por el otro. También agregábamos, siguiendo a Gramsci, que la situación avizoraba un crescendo de crisis de legitimidad, empate catastrófico y síntomas mórbidos. Aquel análisis fue interrumpido (2022) sosteniendo que en la crisis venezolana lo político y lo económico se habían sintetizado, haciendo que el dilema al que se enfrentaba la sociedad venezolana fuera aquel que el mismo Gramsci señaló:

O la vieja sociedad resiste y se asegura un periodo de «respiro», exterminando físicamente a la élite adversaría y aterrorizando a las masas de reserva; o bien se produce la destrucción recíproca de las fuerzas en conflicto, con la instauración de la paz de los cementerios, que puede estar bajo la vigilancia del centinela extranjero.[3]

Lastimosamente, aquel escenario grosso modo se ha cumplido. Durante el segundo semestre de 2021 y el primer semestre de 2023, el “efecto piso” y el “efecto rebote” a nivel económico, conjugado con el colapso de la estrategia de dualidad de poderes llevada a cabo por sectores opositores desde 2019, le otorgaron al gobierno de Nicolas Maduro un periodo de respiro. Fue en esa etapa, precisamente, donde comenzaron a aparecer con estridencia los rasgos de la nueva economía política: neoliberalismo con características patrimonialistas, capitalismo de compinches, capitalismo sin capital[4]. Estos rasgos se expresarán en la superestructura política en un plazo tan corto como el 28 de julio de 2024.

No obstante “el efecto piso” y el “efecto rebote”, la crisis de legitimidad, los síntomas mórbidos y el empate catastrófico permanecieron como la característica central de la constelación política. Así, el “exterminio” de la élite adversaria y el terror sobre las masas de reservas se acompasó con el transformismo de la élite gobernante y la mudanza de su base social de apoyo. Desde el segundo semestre de 2023 era esperable que, con el “partido del orden” ─o “partido patrimonialista” ─ apalancado sobre una política del poder por el poder mismo (Weber dixit), por un lado, y el “partido del movimiento” ─o “partido del extranjero” ─ incapaz de traducir los deseos de la voluntad popular en poder político e institucional, por el otro, el país se dirigía hacia la destrucción reciproca de las fuerzas en conflicto. Esa hecatombe social y política es a la que arrojaron a Venezuela los acontecimientos y decisiones del 28 de julio de 2024 con sus posteriores efectos[5].

Desde la perspectiva de la sociología de la dominación y la sociología histórico-política, el régimen político liderado por Nicolás Maduro ha estado transitando (2016) desde la legitimidad racional-legal plasmada en la Constitución de 1999 ─que coloca en el pueblo expresado mediante el sufragio la fuente de la soberanía y el poder político─ hacia una legitimidad patrimonialista. Como axioma del realismo político y de la sociología de la dominación, Max Weber señaló que:

El Estado es una relación de hombres que dominan a otros, una relación que se apoya en la violencia legitima (es decir, en la violencia considerada como legitima). Si el Estado debe existir, los dominados han de obedecer la autoridad que los poderes constituidos reclaman como propia[6]

In nuce, la dominación patrimonialista-estamental es aquel fundamento de la obediencia, aquella respuesta a la interrogante por el cuándo y el por qué obedecen los hombres, “en la que determinados poderes de mando y sus correspondientes probabilidades económicas están apropiados por el cuadro administrativo[7]. Dicho en otras palabras, una asociación de dominación (Estado) en la que el dominador y sus cuadros administrativos (funcionarios políticos o militares) se sostienen en base a la apropiación privada del Estado y el sostenimiento de la dominación. Entonces, si la fuente básica del poder político en una democracia con legitimidad racional-legal son los votos (es decir, expresiones de la voluntad popular), en la dominación patrimonialista pasan a ser las prebendas. En el caso de que la coacción física juegue un papel central en las fuentes del sostenimiento de dicho régimen, son los cuadros administrativos (o funcionarios) ubicados en el aparato estatal encargados de la represión los principales beneficiados de dicho orden social.

Ahora bien, ¿qué es exactamente, en el escenario de la Venezuela posterior al 28 de julio de 2024, la “paz de los cementerios” que para Gramsci sucedía a la destrucción de las fuerzas en conflicto? En primer lugar, vale repetir hasta la saciedad que el autoritarismo es siempre la consecuencia de una crisis de autoridad. En uno de sus pasajes más lúcidos Gramsci señaló que “entre el consenso y la fuerza está la corrupción-fraude (que es característica de ciertas situaciones de difícil ejercicio de la función hegemónica, presentando el empleo de la fuerza demasiados peligros)”[8]. ¿Y qué es lo que está más allá de la fuerza cuando la política del poder por el poder mismo ha perdido toda pretensión hegemónica, es decir, toda pretensión de consenso y convencimiento? ¿Qué está más allá de la dominación sin autoridad-obediencia?

En nuestro criterio, después de la “sempiterna repetición de tensiones y relajamientos” (Marx dixit) a la que ha llevado el empate catastrófico en Venezuela, está también la corrupción-fraude. Cuando las fuerzas sociopolíticas en conflicto se ven impedidas de ejercer la función hegemónica, bien sea por la vía de la violencia y la coerción como es el caso del “partido del extranjero” u oposición tradicional, bien sea por estar incapacitadas vía autodegradación como es el caso del “partido patrimonialista” o madurismo, el escenario queda servido para la corrupción-fraude-violencia como únicas fuentes del poder social. Además, el empleo de la fuerza deja de ser demasiado peligroso o costoso, convirtiéndose en la forma única de dominación, esto es, dominación sin auctoritas.  La paz de los cementerios de Gramsci, en el caso venezolano, es un Bellum omnium contra omnes donde la sociedad pierde la capacidad de crear y reproducir autoridad, y por ende, riqueza, poder y prestigio. Hay “poder sobre” pero no “poder para” si acudimos a la distinción clásica de Göran Therborn.

La opacidad, el cinismo y la proyección que acompañaron a la represión y a la violencia estatal como efectos de poder desde el poder tras el 28 de julio, tenían el sentido de indicarle a la sociedad que se ha cambiado de fundamento del poder político, el locus de la dominación. La soberanía ha dejado de residir en el pueblo, al menos hasta que éste sea capaz de aparecer y decidir, entrar en acto. El sinsentido de la fachada de legalidad con la que se intentó adornar a la nueva legitimidad, en las antípodas de todas las formas racional-legales encarnadas en la Constitución, tenían como propósito trasparentar la nueva fuente del poder social: corrupción-fraude-violencia.

2. Elementos para la comprensión de la transición al patrimonialismo

¿Puede una sociedad sobrevivir dinamitando consecutivamente las fuentes del poder social? ¿Puede la dominación sostenerse sobre el socavamiento consecutivo de las fuentes de donde nace su orden, poder y legitimidad? ¿Puede la dominación sin hegemonía prolongada en el tiempo deparar en una forma del Estado sin sociedad civil? Max Weber, a quien no se le puede acusar de tener un ápice de ingenuidad analítica, concibió que las relaciones sociopolíticas ─en sus palabras, asociaciones de dominación─ estaban tejidas a través de tres conceptos: poder, dominación y legitimidad. Así pues, para Weber el poder significa “la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia…”. Por su parte, dominación representa “la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas”[9]. Ahora bien, al encontrarnos demasiado inmersos en lo que Lechner llamó “la ideología democrática”, usualmente somos incapaces de distinguir entre legalidad y legitimidad. Por ende, propendemos a un sesgo normativo en el análisis político. La sociología política, la sociología de la dominación, es precisamente una herramienta contra ese sesgo. Desde allí, legitimidad significará, utilizando la paráfrasis de Sam Whimster, “la creencia de los dominados en la validez del dominio”[10].

Weber va a introducir una distinción esencial para el análisis ─sobremanera si se considera desde la cuestión gramsciana de la crisis de autoridad y la dominación sin hegemonía─. Así, distinguirá entre dominación absoluta y dominación legitima: “nos representamos dos tipos radicalmente opuestos de dominación. Por una parte, la dominación mediante una constelación de intereses (especialmente mediante situaciones de monopolio); por otra, mediante la autoridad (poder de mando y deber de obediencia)”[11]. En este punto podemos también traer a colación la distinción entre autoridad y autoritarismo: la dominación legitima es autoridad, en tanto que la dominación absoluta es autoritaria. En suma, la dominación absoluta (también llamada monopólica) no solo desecha de la legalidad, sino que también prescinde de la legitimidad, a saber, de “la creencia de los dominados de la validez del dominio”. Según Weber, los conceptos nos ayudan a interpretar una realidad en la cual “las transiciones son siempre fluidas”. Entonces, podemos pensar en la transición venezolana al patrimonialismo como el fracaso no sólo de la hegemonía, sino también de la autoridad legítima:

es de suyo evidente que en las asociaciones políticas no es la coacción física el único medio administrativo, ni tampoco el normal. Sus dirigentes utilizan todos los medios posibles para la realización de sus fines. Pero su amenaza y eventual empleo es ciertamente su medio especifico y, en todas partes, la ultima ratio cuando los demás medios fracasan.[12]

Si Gramsci relaciona a las crisis orgánicas con el fracaso de las clases dominantes en generar consenso para afrontar un reto político de envergadura, Weber va a asociar el uso de la coacción física como único medio político al fracaso de los “dirigentes” ─solo gobernantes diría Gramsci─ en la creación de “poder de mando” y “deber de obediencia”. Así las cosas, la dominación monopolista de Weber se produce cuando el fracaso en la creación de autoridad legítima ─así esta sea patrimonialista─, conlleva a que el poder se sostenga sobre la coacción física, sobre la punta de los fusiles. En palabras del propio Weber:

una dominación puede ser tan absoluta ─un caso frecuente en la práctica─ por razón de una manifiesta comunidad de intereses entre el soberano y su cuadro (guardia personal, pretorianos, guardias «rojas» o «blancas») frente a los dominados, y encontrarse de tal modo asegurada por la impotencia militar de éstos, que desdeñe toda pretensión de «legitimidad»[13]

La dominación absoluta esta sostenida en el monopolio de la fuerza y en una constelación de intereses entre el dominador y sus cuadros administrativos. Desdeña de la pretensión de legitimidad porque no puede producir creencias socialmente compartidas. Si lo traducimos al lenguaje gramsciano, es la forma absoluta de la dominación sin hegemonía. Sin embargo, Weber considera a la dominación absoluta una anomalía, ya que:

De acuerdo con la experiencia ninguna dominación se contenta voluntariamente con tener como probabilidades de su persistencia motivos puramente materiales, afectivos o racionales con arreglo a valores. Antes bien, todas procuran despertar y fomentar la creencia en su «legitimidad». Según sea la clase de legitimidad pretendida es fundamentalmente diferente tanto el tipo de la obediencia, como el del cuadro administrativo destinado a garantizarla, como el carácter que toma el ejercicio de la dominación. Y también sus efectos[14]

Palabras más, palabras menos: no existe poder social y mucho menos político sin procura de alguna forma de legitimidad. Si la política es en sentido estricto dominación, no existe dominación viable sin fuentes de legitimidad. La especificidad de la obediencia y el poder, la relación entre líder político y su cuadro administrativo y, en definitiva, el tipo de dominación de un régimen político vienen dados por el tipo de legitimidad que sea capaz de construir. Más allá, no existe sociedad política ni sociedad civil sin que el poder sea capaz de beber de las fuentes sociales que lo crean. El vacío de legitimidad es el estado de naturaleza hobbesiano. Ahora bien, el tránsito, fáctico y moral, de una forma de legitimidad a otra es un escarpado terreno de ingeniería social, que suele deparar en el interregno de los fenómenos mórbidos.

Como sabemos, Weber teorizó tres tipos puros de legitimidad: racional, tradicional y carismática. Partiendo de una reconceptualización de Weber, el sociólogo Michael Mann consideró que cuatro son las fuentes del poder social: militar, ideológico, político y económico[15]. En la realidad social todas “las transiciones son fluidas”, expresó Weber. En las democracias, por ejemplo, se mezclan la legitimidad racional-legal con la carismática. Ello significa que todo régimen político fáctico se está moviendo, transitando, entre distintas fuentes de legitimidad y distintas fuentes del poder social. La cinosura que representan los acontecimientos políticos ─para muestra un 28 de Julio de 2024─ son etapas de alta densidad histórica donde las tendencias y contratendencias del cambio sociopolítico se sedimentan. Aquello que estaba en potencia dentro de un régimen político determinado se hace acto, y aquello que estaba en apariencia se hace carne.

Transitar súbitamente desde una forma de legitimidad racional-legal a otra patrimonialista que descarta a los ciudadanos y sus derechos en favor de los funcionarios y sus prebendas, entraña niveles de violencia y destrucción que, cual boomerang, terminan precipitándose contra su objetivo primario: la ostentación del poder político. Este transito significa, además, casi un acto de magia donde el poder extensivo intenta ser sustraído de la sociedad por un poder autoritario, siguiendo la distinción de Mann; es decir, se intenta descomplejizar al absurdo a las redes del poder social.

De ahí que la consolidación de poderes autoritarios haya sido posible sobre todo en economías nacionales semiperiféricas que han tenido un éxito relativo en la construcción del Estado y la acumulación de capital, ya que, en estas el poder autoritario de la sociedad política convive con el poder extensivo de la sociedad civil. Al contrario, los gobiernos que han fracasado en estas dos tareas, como es el caso del gobierno de Nicolás Maduro, deben aumentar la violencia para sustituir el poder extensivo por el poder autoritario. En la mayoría de los casos, el destino de este tránsito es el interregno donde el poder no se fundamenta haciendo imposible la acción social: el estado de naturaleza hobbesiano. Entonces, el Estado se transforma en el Behemoth de Franz Neumann en lugar del leviatán de Thomas Hobbes.

En resumen, el régimen político venezolano ha estado transitando desde el 2016 en adelante hacia una dominación patrimonialista-estamental. Ese acomodo encontró nombre en la amalgama “popular-militar-policial”. No obstante, es un patrimonialismo que con respecto a la sociedad en su conjunto se comporta más como una dominación monopolista, apelando al monopolio de la violencia. El patrimonialismo es una comunidad de intereses en la amalgama “popular-militar-policial” que usualmente prescinde de la legitimidad, utilizando como único medio político con respecto a la sociedad a la coacción física. Este régimen hibrido ─a saber, una dominación monopólica del Estado patrimonial con respecto a la sociedad civil y una dominación patrimonialista-estamental entre el dominador y sus cuadros administrativos─ es profundamente inestable. Los principales peligros que entrañan estos arreglos políticos están asociados a la “paz de los cementerios” en el flanco interno, y al “centinela extranjero” en el flanco externo. En una próxima entrega analizaremos ambas cuestiones.

23/09/2025

Notas:

[1] S. Bolívar, Carta del Libertador Simón Bolívar al General Daniel Florencio O´Leary, Guayaquil, 13 de septiembre de 1829. Disponible en: https://archivodellibertador.gob.ve/archlib/web/index.php/site/documento?id=2903

[2] M. Gerig, La Larga Depresión venezolana: economía política del auge y caída del siglo petrolero, Caracas, Cedes/Trinchera, 2022, p. 42 ss.

[3] A. Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003, p. 61.

[4] Véase M. Gerig, “La fase de estancamiento de La Larga Depresión venezolana”, Cedes, 20 de junio de 2024. Disponible en: ; M. Gerig, “Venezuela y la realidad que el capitalismo de compinches supo construir”, Cedes, 9 de marzo de 2025. Disponible en: https://cedesve.com/2025/03/09/venezuela-y-la-realidad-que-el-capitalismo-de-compinches-supo-construir/

[5] El Panel de expertos de la ONU concluyó: “En resumen, el proceso de gestión de resultados por parte del CNE no cumplió con las medidas básicas de transparencia e integridad que son esenciales para la realización de elecciones creíbles. Tampoco siguió las disposiciones legales y regulatorias nacionales, y todos los plazos establecidos fueron incumplidos. En la experiencia del Panel, el anuncio del resultado de una elección sin la publicación de sus detalles o la divulgación de resultados tabulados a los candidatos no tiene precedente en elecciones democráticas contemporáneas. Esto tuvo un impacto negativo en la confianza del resultado anunciado por el CNE entre una gran parte del electorado venezolano” Panel de Expertos de la ONU – Elecciones Presidenciales de Venezuela 28 de julio de 2024. Disponible en: https://cepaz.org/wp-content/uploads/2024/08/Informe_Preliminar_PdE_Venezuela_090824.pdf

[6] M. Weber, “La política como profesión” en El político y el científico, Madrid, Alianza, 1967, p. 59.

[7] M. Weber, Economía y Sociedad, 3era edición en español de la primera en alemán, México, Fondo de Cultura Económica, 2014, p. 354.

[8] A. Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, cit., p. 126.

[9] M. Weber, Economía y Sociedad, cit., pp. 183-184.

[10] Ibid., p. 336, nota 5.

[11] Ibid., p. 1073.

[12] Ibid., p. 186.

[13] Ibid., p. 337.

[14] Ibid., p 336. (cursivas M.G.).

[15] Véase M. Mann, Las fuentes del poder social, Vol.1, Madrid, Alianza, 1991, cap. 1.

Malfred Gerig

sociólogo, profesor de la Universidad Central de Venezuela, dirige el programa de investigación de Economía Política de Venezuela en el Centro de Estudios para la Democracia Socialista con sede en Caracas. Es el autor de “La Larga Depresión venezolana: Economía política del auge y caída del siglo petrolero”.

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