Estados Unidos se transforma en el refugio fiscal más extenso del planeta.

Donald Trump representa un cambio radical en el enfoque de los Estados Unidos hacia la fiscalidad, convirtiéndose en el paraíso fiscal más grande que la historia ha registrado. Solo hay que observar las decisiones del Departamento del Tesoro al renunciar a la transparencia fiscal mediante el retiro del mandato que separaba las identidades de los verdaderos propietarios de las empresas. Además, se puede ver la retirada de la administración de negociaciones establecidas bajo la Convención Marco de las Naciones Unidas acerca de la Cooperación Fiscal Internacional. La renuencia a aplicar la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero, junto con una desregulación significativa de las criptomonedas, revela una estrategia más amplia que parece ser parte de un enfoque de 250 años en favor de medidas de protección institucional.

Durante su mandato, la administración Trump comprometió acuerdos internacionales y no prestó atención a los conflictos de interés, desmantelando controles y equilibrios en la gestión financiera. En lugar de discutir políticas sustantivas, la administración se centró en evadir el estado de derecho en muchas ocasiones. Aunque Trump parece tener una afinidad por los impuestos en forma de aranceles de importación, su creencia de que los extranjeros asumirían la carga fiscal para permitir recortes de impuestos a millonarios muestra una comprensión errónea del impacto económico.

Trump sostiene que los impuestos sobre importaciones ayudarían a eliminar el déficit comercial y a revivir la producción en Estados Unidos; sin embargo, los aranceles, que son pagados por los importadores, trasladan costos a los consumidores y surgen en un momento crítico en que la nación lucha por recuperarse de la inflación. Desde una perspectiva macroeconómica, se puede argumentar que un déficit comercial severo es un reflejo de la disparidad entre la inversión y el ahorro interno, lo que se ve comprimido aún más por los recortes fiscales que benefician a los millonarios. Paradojicamente, los recortes fiscales solo han servido para incrementar aún más el déficit comercial.

Los conservadores que apoyaron a Ronald Reagan argumentaron que la reducción de impuestos debía estar alineada con un crecimiento económico robusto. Sin embargo, esta relación no se ha dado ni en el caso de Reagan ni durante el primer mandato de Trump. La investigación empírica ha demostrado que los recortes de impuestos a los ricos, lejos de estimular el crecimiento económico o reducir el desempleo, han resultado en un aumento notorio de la desigualdad de ingresos. El Plan de Reducción de Impuestos de 2017, aclamado como la mayor reducción de impuestos corporativos en la historia de Estados Unidos, se prevé que añada aproximadamente $37 mil millones a la deuda nacional a lo largo de los próximos 30 años, sin cumplir las promesas de un crecimiento económico sostenido.

Trump también ha exacerbado problemas a nivel microeconómico que impactan negativamente el déficit comercial de Estados Unidos. La economía estadounidense ha evolucionado hacia un modelo basado en servicios, destacando entre sus principales exportaciones sectores como el turismo, la educación y la salud. Sin embargo, acciones tomadas por Trump han socavado la confianza en estos sectores. La duda que puede experimentar un turista, estudiante o paciente sobre si será arrestado y detenido de manera arbitraria provoca que eviten visitar o estudiar en Estados Unidos, lo que contribuye a un debilitamiento significativo de instituciones educativas y científica.

Las políticas proteccionistas de Trump, en términos de economía global, han resultado en tensiones comerciales con socios estratégicos, como China. A medida que Estados Unidos busca reducir su dependencia de importaciones críticas provenientes de China, la balanza comercial podría enfrentar un colapso. La combinación de más inflación y crecimiento lento está comenzando a afectar el mercado de bonos y, por consiguiente, la economía en general.

De acuerdo con los últimos informes, es probable que los ingresos fiscales se desplomen más del 10 por ciento debido a una implementación débil y el cumplimiento de normas por parte del gobierno. La reducción de casi 50,000 empleados de la IRS puede traducirse en una significativa pérdida de ingresos que podría alcanzar los $2.4 mil millones durante la próxima década. Sin embargo, en contraste, se prevé un aumento de ingresos de $637 mil millones por las disposiciones de la ley sobre la reducción de la inflación, lo que destaca la falta de claridad en la agenda tributaria del país.

En un mundo donde capital y personas de altos ingresos pueden moverse sin restricciones, la cooperación internacional se convierte en una herramienta necesaria para que los gobiernos aseguren un trato justo para las empresas multinacionales. En este contexto, la renuncia a medidas como la recopilación de datos sobre los verdaderos propietarios y la tolerancia hacia los mercados cripto que favorecen el anonimato permiten que la evasión fiscal y el lavado de dinero prosperen. La falta de un esfuerzo concertado para enfrentar estas problemáticas supone un retroceso significativo en términos de gobernanza global.

Aquellos que intentan adaptar la economía a modelos legales se ven obligados a lidiar con obstáculos que afectan el capitalismo justo y equitativo en el ámbito mundial. La reciente explosión de criptomonedas y la falta de regulación adecuada están promoviendo una economía subterránea que solo perpetúa la inequidad. A pesar de las oportunidades que representan estas tecnologías, la falta de un marco regulatorio ético ha llevado a una mayor vulnerabilidad frente a actividades ilícitas, como el blanqueo de dinero.

El resto del mundo no puede permanecer estático ante estos acontecimientos. Hemos presenciado en el pasado cómo la cooperación global puede rendir frutos, como lo demuestra el acuerdo reciente para establecer un impuesto global mínimo sobre ganancias multinacionales, consensuado por más de 50 países. La dinámica de este tipo de acuerdos podría contribuir a crear una arquitectura fiscal internacional más robusta y eficiente.

Aunque Estados Unidos se ha alejado de compromisos internacionales cruciales, esta ausencia puede, paradoja, fortalecer la cooperación entre otras naciones, permitiendo lograr resultados más ambiciosos. Históricamente, Estados Unidos ha desempeñado el papel de líder que busca atenuar los intereses de otros a expensas de un acuerdo más amplio; la nueva situación podría cambiar ese paradigma y permitir el desarrollo de un sistema fiscal más justo y equitativo para todos.

En un momento en que la desigualdad extrema se convierte en un tema central en la agenda política global, la cooperación internacional es esencial. Un enfoque inclusivo y colaborativo podría ofrecer alternativas viables a un autoritarismo en aumento y fomentar una globalización renovada, centrada en los valores multilaterales. Esto, a su vez, prepararía el escenario para una sociedad más equitativa y sostenible en el siglo XXI.

Joseph E. Stiglitz, ex economista del Banco Mundial y ex director del Consejo del Presidente de los Estados Unidos, Premio Nobel de Economía y autor, recientemente publicó «El camino a la libertad: Economía y buena compañía» (WW Norton, 2024).

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