La ciudad que se vuelve inteligente sin permiso – EXTRA – El informante

Siempre imaginamos el futuro como un paisaje lleno de hologramas, coches flotantes y un robot que te ofrece café por las mañanas. La realidad es al revés: las ciudades se desarrollan silenciosamente, sin espectáculo, casi con la actitud de “No me mires, estoy trabajando”. Y lo ño es que este cambio no se está produciendo de manera obvia, sino en los rincones cotidianos que nadie controla.

Todo comenzó con sensores mínimos que los gobiernos instalaron para monitorear el tráfico y la calidad del aire. Puede parecer aburrido, pero estos sensores ahora están conectados a redes mucho más poderosas y están produciendo patrones que nunca antes se habían mapeado. Es como si la ciudad hubiera empezado a contar sus propios chismes: dónde mejor respira, dónde sufre, dónde la gente se mueve como un enjambre y dónde el tiempo parece haberse detenido.

Las aplicaciones que utilizan estos datos empiezan a cambiar sus hábitos sin que nos demos cuenta. Rutas de circulación que se adaptan, semáforos que se adaptan al estado real de la vía, parques que sólo se riegan cuando es necesario. Nada de esto se nota por sí solo, pero en conjunto desencadena un sentimiento casi imperceptible: “¿Por qué todo va mejor últimamente?” Es literalmente la ciudad aprendiendo algo sobre sí misma.

Luego está el nivel más surrealista: las redes energéticas. Muchas ciudades utilizan algoritmos para anticipar el consumo antes de que se produzca, distribuyendo cargas como si fueran DJ de tensión. El resultado es una reducción de los fallos y de la eficiencia que no se ve pero se siente. La magia de lo invisible.

El comercio también entra en juego. Tiendas que adaptan su inventario a los patrones de movimiento urbano, restaurantes que ajustan sus horarios de apertura dependiendo de los picos de actividad e incluso mercados informales que adoptan aplicaciones que leen la dinámica del vecindario para decidir dónde ubicarse. La inteligencia urbana se está filtrando incluso en los puestos de empanadas.

Y mientras todo esto sucede, la gente sigue con su vida normal, sin darse cuenta de que vive en un sistema que cada semana se vuelve más consciente de sí mismo. Nada de distopías ni ciudades hipertecnológicas que huelen a plástico quemado. Es algo más humilde: un organismo que aprende de forma lenta pero segura.

La cuestión es que sin fuegos artificiales, las ciudades mutan en versiones más intuitivas de sí mismas. Y si eres consciente de ello, probablemente la ciudad ya haya aprendido algo nuevo sobre ti.

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