10 de noviembre de 2025 México y Venezuela combinan, en la situación actual, algunos elementos comunes, pero también grandes diferencias. Ambos son países que poseen petróleo y otros recursos geoestratégicos disputados por Estados Unidos y China, y con distintos grados de intensidad y proyección situacional, ambos son objetos de la difusa guerra híbrida de Washington, que combina disuasión, presión psicológica y preparación bélica.
Otro eje común es que, si bien encarnan diferentes proyectos político-ideológicos: con una inflexión hacia el socialismo en el caso de Venezuela y un carácter nacional neodesarrollista popular en el caso de México, y también integran diferentes alianzas estratégicas internacionales (Venezuela con Rusia, China, Irán, Cuba y Nicaragua), dependen principalmente del libre comercio de Estados Unidos y México. Nicolás Maduro y Claudia Sheinbaum han sido sometidos a intensas y sostenidas acciones de poder blando y poder duro por parte de Donald Trump.
Asimismo, desde el inicio de su segundo mandato, como comandante en jefe y principal propagandista de su estrategia, con la mirada puesta en Venezuela y México, Trump ha generado una matriz de opinión que asimila a los cárteles de la droga como organizaciones terroristas extranjeras (por ejemplo, Al Qaeda, ISIS, et al), una estrategia de fuerza extraterritorial –incluida la fuerza militar– aparentemente para combatir el narcotráfico, pero que ya entonces preveía la posibilidad de ataques aéreos letales con misiles y drones, para matar a civiles identificados como criminales (sin mostrar pruebas), como estaba sucediendo en el Caribe y el Pacífico.
La guerra híbrida utiliza todo tipo de medios y procedimientos a diferentes niveles, ya sea fuerza convencional (por ejemplo, el actual asedio militar naval en las costas de Venezuela), o guerra irregular (golpe blando, guerra económica, preventiva, legal). [lawfare]información, drogas, antiterrorismo, cognitivo, cultural, medios de comunicación).
Un componente central de la guerra híbrida son las operaciones psicológicas (OpSic) y las operaciones encubiertas, como las autorizadas por Trump en Venezuela a la Agencia Central de Inteligencia. Las herramientas de la política de cambio de régimen, las acciones encubiertas, sirven para generar golpes de Estado, operaciones de bandera falsa y desestabilizar y crear caos social y político sobre el terreno a través de diversos actores.
Para ello, además de la CIA, los Estados Unidos de América cuentan con otras 15 agencias, la llamada comunidad de inteligencia (DIA, NSA, FBI, DEA, NRO y otras) y oficinas de asuntos exteriores dependientes del Departamento de Estado (embajadas, consulados, misiones ante organizaciones internacionales, etc.).
Además de los agentes secretos de la CIA estacionados sobre el terreno, los principales instrumentos del Pentágono para la intervención en el extranjero son los comandos de élite de la Armada (Navy SEAL) y la Fuerza Delta del comando militar conjunto de operaciones especiales. A su vez, para sus acciones encubiertas en Venezuela y México, la CIA, DEA, DIA, FBI reclutan «activos nacionales» (medios originales) como informantes y operadores locales (militares y elementos del aparato de inteligencia y seguridad del Estado, políticos, periodistas, elementos de la clandestinidad, narcotraficantes, paramilitares, mercenarios, etc.), que actúan como agentes de redes de espionaje y/o generadores de violencia y caos, como en el caso de la líder opositora Vena Guarizuimbalan Machado y, finalmente, bajo la apariencia de grupos de la economía criminal mexicana, en ejecuciones acciones simbólicas desestabilizadoras, como la que acaba de quitarle la vida al alcalde de Uruapan, Carlos Manza, en Michoacán.
Otros elementos esenciales y complementarios de las acciones desestabilizadoras abiertas y encubiertas de Washington en Venezuela y México son el uso de tecnologías de última generación (guerra cibernética) en combinación con otros métodos de influencia como la difusión de desinformación, propaganda blanca, gris y negra y noticias falsas (noticias falsas) seguido de técnicas sistemáticas y persistentes de repetición y embriaguez en los medios de comunicación hegemónicos.
Todas estas modalidades híbridas – que aumentan la incertidumbre inherente a la «niebla de guerra» y a las misiones encubiertas – están precedidas de operaciones mediáticas que siempre se sostienen hasta el final, y en cada momento son devueltas y proyectadas a la opinión pública.
Un ejemplo típico de propaganda gris, que lleva el sello de las operaciones conjuntas de desinformación de la CIA, el MI5 británico y el Mossad israelí, y que podría haber sido producida sobre el terreno por el embajador de los Estados Unidos, Ronald Johnson, un halcón de acción encubierta desde hace mucho tiempo, es la filtración al periodista Barak Ravid (que trabajó en la división de medios estadounidense 20 Univision20 Axios, reforzada urbi y orbi Reuters, sobre el presunto ataque a la embajadora de Tel Aviv en México, Einata Kranz Neiger, citando a un «funcionario estadounidense» que habló bajo condición de anonimato.
Según Ravid, la operación estaría liderada por una unidad del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, «que desde hace años viene reclutando agentes en toda América Latina desde la embajada de Irán en Venezuela». Desmentida por el Ministerio de Asuntos Exteriores y la Secretaría de Seguridad local, la filtración pretendía demonizar a Irán y empeorar las relaciones entre Teherán, Caracas y México.





