Desde el lodo de Armero hasta el altar de la memoria: la vigencia de Omayra El informante

El próximo 13 de noviembre se conmemoran cuarenta años de la tragedia de Armero (Tolima, Colombia), cuando la erupción del Nevado del Ruiz desencadenó flujos de lodo y escombros que sepultaron la ciudad y causaron la muerte de, al menos, unas 23.000 personas (algunas fuentes estiman hasta 25.000) en la noche del 13 de noviembre de 1985.

Entre las víctimas, la menor Omayra Sánchez Garzón —de apenas 13 años— se convirtió con el tiempo en el rostro simbólico del desastre. Tras la avalancha, quedó atrapada entre las ruinas de su hogar, con el agua y el lodo al cuello, durante más de sesenta horas, mientras los socorristas intentaban rescatarla. Finalmente murió el 16 de noviembre de 1985.

¿Cómo recuerdan en Armero?

En la actual conmemoración, se observan varias dinámicas de memoria colectiva, espiritualidad y turismo de duelo:

  • En el sitio de la antigua Armero, hoy un monumento y campo de memoria, visitantes llegan cada año para rendir homenaje. A metros de la tumba de Omayra, comerciantes locales venden recuerdos, velas y flores.
  • Muchas personas veneran la figura de Omayra como si fuera una intercesora o una “santa” no oficial: hay tableros con notas de agradecimiento por “favores recibidos”, flores, juguetes y ofrendas.
  • Las ruinas del municipio siguen siendo un lugar de silencio y reflexión: lo que antes fue una ciudad próspera de unos 29.000 habitantes hoy es recordada como un cementerio al aire libre, testigo de una tragedia que dejó profundas secuelas psicológicas, sociales y territoriales.
  • El acto de recuerdo también incluye denuncias y lecciones: se ha señalado que aunque había señales de alerta —actividad del volcán, desprendimientos glaciares, etc.— la magnitud del riesgo no fue debidamente comunicada y preparada, lo cual convirtió el desastre en un símbolo de negligencia institucional.

¿Por qué la figura de Omayra se volvió tan icónica?

La historia de Omayra combina varios elementos que la convirtieron en símbolo internacional:

  • Su edad: 13 años. Su vulnerabilidad.
  • Su dignidad ante la muerte: se informó que durante su agonía, en medio del lodo y la desesperación, ella pedía a los equipos que descansaran y luego la rescataran, se mostraba serena.
  • La cobertura mediática: la escena fue vehiculada en medios internacionales, lo que permitió que su rostro se volviera un emblema de la tragedia.
  • Su tumba se convirtió en lugar de peregrinación. Como ya se ha indicado, se le atribuyen “milagros” o favores concedidos por quienes le rinden homenaje.

Impacto y reflexión a 40 años

Al cumplirse cuatro décadas de aquel 13 de noviembre de 1985, hay varios aspectos que siguen vigentes:

  • En materia de prevención de riesgos volcánicos y flujos de lodo (lahars) se reconocen mejoras, pero subsisten retos, particularmente en sensibilización comunitaria y plena implementación de alertas tempranas.
  • El territorio y la memoria: Armero continúa siendo un espacio de duelo, con ruinas, lápidas y monumentos que dan testimonio de lo que fue la vida antes del desastre y lo que quedó después.
  • En lo simbólico, la historia de Omayra desafía a no olvidar: su rostro, su historia, su lucha atrapada en el lodo, recuerdan a las víctimas individuales detrás de las cifras.
  • En lo ético, la tragedia plantea preguntas incómodas sobre responsabilidad institucional, derecho a la información, educación en gestión del riesgo y equidad en la atención de emergencia.

En conclusión

Recordar a Omayra Sánchez y la tragedia de Armero no es solamente rememorar un hecho del pasado: es reconocer que la vulnerabilidad humana frente a la naturaleza —y frente a la posible falta de preparación— sigue siendo enorme. Una ciudad fue borrada, miles de sueños truncados, pero la memoria persiste. Y cada año que pasa, el reto es que esa memoria no sea simplemente conmemorativa, sino transformadora: que al recordar lo que pasó se refuerce lo que puede evitarse.

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