Nunca imaginé, cuando leía a Huxley de niña, que sucedería algo peor de lo que entonces me puso una vez y hasta hoy en una perspectiva general. Es imposible estar en el mundo sin una perspectiva, incluso si no piensas en ello o ni siquiera lo sabes.
A grandes rasgos, lo más amplio que se me ocurre, hay dos puntos de vista enfrentados, cada uno con cientos de terminales. La de los fuertes y los débiles, la de los ricos y los pobres, con sus múltiples variantes (capital y trabajo, poder y sumisión, vencedores y perdedores, colonizadores y colonizados, David y Goliat, etc.).
Al menos en esta parte del mundo que hoy provoca tristeza y miedo, dolor y muerte, en este Occidente turbio, agonizante y sádico, ya nos hemos preguntado mil veces por qué los pobres votan a favor de los ricos. Se diría, en esos términos amplios, que han perdido su pobre perspectiva (su conciencia de clase en términos más estrictos). En lugar de perderlo, se lo han arrebatado, lo han expropiado. Lo que era la conciencia obrera en un mundo sin trabajadores no puede reconstruirse sin territorio. Los trabajadores despedidos en masa están perdiendo la forma en que se ganan la vida, pero también el lugar, la fábrica, la oficina, el puesto, la esquina o la tienda que les recuerda diariamente quiénes son.
Millones de personas no miran el mundo desde sus casas ni desde sí mismos, sino desde la niebla de la confusión que arrecia a la intemperie, junto a los tiroteos y la violencia cotidiana, en los estratos sumergidos y quebrantados, o en las pantallas donde nadie es nadie, en los sectores populares y medios.
Perder la perspectiva pudre tu mirada. No puedes pensar. Es exactamente el plan.
Si no partimos de ahí, nos frena la falacia o la narrativa enemiga de los pobres, que es la que siempre contó la historia oficial en estas latitudes ahora colonizadas también mental y emocionalmente. “Son utilizados por la política”, “el comunismo los fabrica”, etc. Esa narrativa es delirante y, sin embargo, ha sido difundida por millones. Delirante, digo, porque en China no hay hambre.
En cuanto a la perspectiva, Kutsch observó en los aymaras y quechuas con quienes convivió, que “ser” y “estar” para ellos eran imposibles de separar, al punto que su lengua no registra esa diferencia. Están donde están: estar es estar en tu propio paisaje. Ésa es tu perspectiva de vida. Y según ella, cualquier “deslocalización” hace que dejen de existir. Esa fusión con la tierra es tanto coya como mapuche o palestina, o como cualquier cosmovisión ancestral. Las topadoras israelíes acaban de arrancar miles de olivos palestinos. Saben lo que están haciendo. Exterminar a un pueblo requiere mear en su territorio.
Ser y estar en la naturaleza. Ésa ha sido una forma antigua de ser humano. Hoy está extinto.
Todo lo contrario, casi antagónico a nuestra cultura actual, en la que muchos jóvenes que tienen suficiente capital cultural para desarrollar masa crítica adoptan el teletrabajo y viven en cualquier parte del mundo. La reubicación es para los migrantes pero no sólo para ellos, aunque se camufle como una ventaja. Estas generaciones no estarán apegadas a ningún suelo.
Todas las distopías están ancladas en la manipulación. La forma de manipulación es la que cambia, pero para entrar a esos infiernos de poder excesivo y salvaje, lo primero que se debe lograr es el control de la mente, el alma y el cuerpo del enemigo, que siempre son todos menos un grupo.
La perspectiva, el punto de vista, es algo que nos pertenece. Pero, históricamente, es un atributo que puede eliminarse mediante la fuerza, la seducción, la propaganda o la acción psicológica. Millones de personas durante muchos siglos aceptaron que eran inferiores a los demás. No lo son. No lo eran. No deberían serlo. Ésa es mi perspectiva y la de todos los países que firmaron la Declaración Universal de Derechos Humanos en 1948.
Aún así, cincuenta años después de leer a Huxley por primera vez, todavía me sorprende comprender lo que se llamó “publicidad subliminal”. Éramos tan jóvenes y el capitalismo todavía era tan productivo en sus sentidos productivos que eso parecía un escándalo. No es que el mundo fuera mejor, no es que en esta época se discutan crímenes que nunca antes se habían cometido. No.
Lo nuevo, lo aterrador, lo asqueroso, es que lo vemos todo, lo sabemos y no lo detenemos.
Cuando los romanos realizaron la catarsis viendo a los leones devorar a los cristianos en el Coliseo, la evolución humana no se detuvo, continuó su curso, porque se había perdido la noción de lo que significaba nacer libre. La civilización, eso que llamamos civilización, ha sido el camino lento para horizontalizar los derechos y sustituir el acto por el verbo. Nos dicen que no existen los derechos. Nuestro. Los de los ricos sí. Por eso nos golpean, nos silencian, nos echan, nos matan: para defender los derechos de los ricos. Amigos, en cualquier idioma que se llame casta.
Posiblemente la tarea política más importante que tenemos ahora sea pensar juntos cómo lograr que los millones que no votaron recuperen su propia perspectiva, se den cuenta de quiénes son y comiencen a creer que sus vidas tienen significado. Que despierten.
La extrema derecha avanza porque hay demasiada gente que ya ha perdido las ganas de vivir y, en lugar de comer, mastica rencor. El odio y la autodestrucción se convirtieron en mercancías mentales.
Politizar, hoy, es desintoxicar.
12 de diciembre de 2025





