Empecemos clarificando un punto fundamental, especialmente en tiempos en que todo parece estar en un constante estrés: estoy firmemente de acuerdo con el objetivo de alcanzar una paz general y considero que la noción de una paz «a pedacitos» ya ha quedado obsoleta. Al plantear esto, el verdadero desafío no radica en el noble fin de la paz en su totalidad, sino en el camino recorrido desde el inicio de este proceso, el cual bien podría ser sintetizado en una frase: una notable ausencia de realismo y la insuficiencia de estrategias adecuadas.
Uno de los problemas cruciales que enfrenta el anhelo de una paz general es que, en el actores de este escenario, se ha perdido de vista el propósito esencial de buscar una paz duradera. Esto, tal como debería ser entendido por los gobernantes de la izquierda, no se limita solamente a la desmovilización de ciertos actores armados; en cambio, el carácter general de toda la situación se ha desdibujado.
Es evidente que esta estrategia ha comenzado a ignorar la realidad intrincada de un conflicto armado y sus múltiples capas; simplificar la guerra en Colombia a un mero enfrentamiento entre delincuentes es una visión reduccionista que no hace justicia a la complejidad del problema. La construcción de la paz, por otro lado, es un proceso que requiere mucho más que cumplir con una serie de formalidades u obligaciones.
Afirmar que el conflicto ha sido humillado y que los fondos están siendo utilizados con fines distorsionados es algo con lo que se puede coincidir, así como también el hecho de que el ascenso de un liderazgo como el de Petro ha incrementado las probabilidades de un cambio. Sin embargo, ninguno de estos factores elimina la existencia de conflictos armados que persisten más allá de las negociaciones con el FARC. Problemas fundamentales como el de la tenencia y distribución de tierras siguen sobre la mesa, esperando ser abordados con la seriedad que merecen.
Es crucial que la agenda para la paz incluya una discusión abierta y honesta sobre estos tópicos, en lugar de relegarlos a un segundo plano. La historia reciente de Colombia nos enseña que la paz no es simplemente la ausencia de guerra; es un proceso continuo que implica justicia, inclusión y el abordaje de las causas que dan origen al conflicto social. La paz debe ser una meta colectiva, que implique a todas las partes involucradas, y no puede ser vista como un mero objetivo que se alcanzará a través de acuerdos superficiales.