A finales de los años 80, el crecimiento del mundo postideológico marcó el inicio de una era significativa, donde se produjo la desaparición de cualquier visión transformadora del futuro. Esto no solo coincidió con la falta de visiones emancipatorias y utópicas asociadas al comunismo y al anticlonioldismo, sino que también se convirtió en el punto de partida para una prolongada crisis de la izquierda. Durante este periodo, todo el imaginario político fue sometido a la lógica práctica de la economía y a un tecnocratismo predominante. Diferentes ideologías, desde (post)marxistas hasta socialdemócratas, liberales y de derecha, todos parecieron perder la fe en el futuro y también en la capacidad de presentar un presente significativo, enfocándose cada vez más en una búsqueda nostalgia de «ideales perdidos».
En el contexto actual, surge la pregunta de por qué es que, a pesar de los esfuerzos por vislumbrar un futuro, no hay realmente un consenso en la creación de una nueva visión. Algunos analistas sugieren que no hemos llegado a contar con una nueva derecha extrema. Sin embargo, el «futuro» que se promete se asemeja más a una continuidad del «centro extremo», que opera bajo las mismas reglas tecnocráticas. Este enfoque parece más preocupado por explotar esperanzas pasadas y restaurar un supuesto «orden natural» que por abordar el cambio real o la innovación.
Uno de los ejemplos más emblemáticos de este fenómeno es el Trumpismo. A pesar de la retórica «futurista» y obsesionada con la tecnología, el programa de Trump se alinea explícitamente con una búsqueda del pasado, en vez de ofrecer visiones alternativas que sean realmente transformadoras. En su discurso, Trump hablaba de continuar con «nuestro destino manifiesto hacia las estrellas», mientras que también manifestaba intenciones de enviar astronautas a Marte. Esta mezcla de aspiraciones modernas con un afán de retorno a un pasado glorioso refleja una confusión conceptual acerca del progreso.
Este revisionismo histórico se manifiesta en la intención de «restaurar» la situación de la Unión Europea a sus condiciones pre-Primera Guerra Mundial, como si el año 1913 fuera un modelo de éxito inalcanzable. Por otro lado, su política de aranceles draconianos ante otros países refuerza este enfoque nostálgico. En este sentido, Trump parece querer volver a una «Edad de Oro», que es retratada como un periodo de florecimiento del capital, bajo la administración de William McKinley, promoviendo así la eliminación de las últimas medidas progresistas que se habían incorporado al marco constitucional.
En realidad, esta búsqueda de Elon Musk, asociado con su compañía SpaceX, también refleja esta tendencia. No se trata de un compromiso genuino hacia una visión futurista que contemple la exploración espacial. Sus fracasos notorios y su papel como un plutócrata fortalecen el status quo, manteniendo las estructuras existentes en la Tierra. A través de su participación en la narrativa del retorno, tanto él como Trump capitalizan una nostalgia que se encuentra enraizada en el pasado más que en el futuro.
Desde esta perspectiva, tanto el Trumpismo como el movimiento en torno a Musk son en esencia fenómenos retrógrados, que insisten en regresar y acelerar procesos del pasado, vinculando estos esfuerzos a las dinámicas neocoloniales actuales, que todavía no han sido adecuadamente abordadas. Este prisma nos permite vislumbrar un «futuro» que parece estar conceptualizado bajo términos de un «fascismo» que elude la captura de su especificidad; su falta de imaginación sugiere una incapacidad para proyectar un futuro más inclusivo.
Por otro lado, el programa de estos movimientos se pone en cuestión, ya que proclaman la defensa del nacionalismo soberano y las políticas proteccionistas. A medida que se manifiesta una preocupación sobre la globalización y las migraciones, entramos en un terreno donde sus acciones son mucho más conservadoras, actuando como una respuesta a lo que consideran amenazas a su identidad cultural. En este contexto, es crucial entender que Trump y sus seguidores no emergen de manera desconectada de la realidad, sino que reflejan una respuesta consciente a lo que perciben como el declive de su poder imperial en un mundo que ha cambiado radicalmente.
13 de abril de 2025