Crisis de diseño: tarifas, deuda y conflicto financiero.

(El ruido de los medios y los objetivos reales no necesariamente van de la mano (The Economist Tours)

Analizar las medidas económicas implementadas por Donald Trump en medio del actual estruendo mediático es una tarea compleja. Esta complejidad no surge de la naturaleza intrincada de los conceptos económicos, sino de la manipulación de la información por parte de diferentes actores que buscan ajustar los hechos a sus propios intereses políticos o económicos.

Un claro ejemplo de esto es el término «Histeria social mundial« utilizado para explicar las caídas en el mercado bursátil. Sin embargo, este enfoque se torna ridículo si consideramos que, actualmente, el 46% de la población global vive con menos de $5.50 al día. Aproximadamente 3.300 millones de personas sufren de inseguridad alimentaria y 2.000 millones carecen de acceso a agua potable. ¿Realmente está la humanidad preocupándose por las fluctuaciones en Wall Street mientras se enfrenta a luchas básicas por la supervivencia?

La narrativa que vincula las caídas del mercado de valores con la crisis global y el aumento de tarifas ha sido hábilmente promovida por el neoliberalismo. Esta ideología ha demonizado el proteccionismo a lo largo de la historia, asociándolo con la pobreza y el regresionismo. No obstante, los hechos históricos cuentan una historia diferente.

Alemania, por ejemplo, con su Asociación de Aduanas establecida en 1834, sentó las bases de su industrialización. Inglaterra, entre los siglos XVII y XIX, implementó aranceles sobre los productos textiles provenientes de la India y de navegación para proteger su industria local. Asimismo, entre 1791 y 1865, los Estados Unidos adoptaron el modelo de Alexander Hamilton, cuyo objetivo era proteger industrias clave como la del hierro, vidrio y textiles en la Costa Este. Más recientemente, en 2022, el país adoptó medidas similares con la Ley de Chips, que subsidia la producción de semiconductores en nombre de la «seguridad nacional».

No hay nada nuevo en la estrategia de Trump. Sus tarifas tienen tres objetivos principales: reestructurar la deuda, devaluar el dólar y evitar la guerra de divisas, temas que ya discutimos en dos artículos anteriores (ver aquí y aquí). En resumen, se requiere que la tasa de interés para la emisión de bonos baje ligeramente, lo que también implica devaluar el dólar para mejorar el saldo comercial, siempre con el acuerdo de los socios estadounidenses. Estos últimos deben aceptar comprar nuevos bonos con un interés moderado y aceptar la devaluación del dólar sin involucrarse en una guerra de monedas. En otras palabras, no deberían realizar devaluaciones competitivas de sus propias monedas para nivelar los precios de sus activos de exportación frente a los aranceles impuestos.

En un principio, la estrategia parecía proponer intereses bajos y una depreciación del dólar superior al 10% en comparación con el euro y otras divisas en cuestión de días, alterando la situación de ahorro de los estadounidenses en relación con los bonos.

Esta dinámica generó un impacto psicológico considerable. Muchos países, temerosos de una crisis similar a la de 1929, comenzaron a negociar con Trump en un intento por evitar aranceles. Incluso territorios lejanos como Escuché las islas y McDonald, que están habitados solo por pingüinos, se encontraron incluidos en estas negociaciones. En respuesta, China respondió a la agresión comercial elevando aranceles a los productos estadounidenses. Así, la guerra comercial se intensificó; sin embargo, Beijing optó por no devaluar el yuan, logrando así limitar el conflicto.

Lo que comenzó como una guerra comercial se ha transformado en algo mucho más profundo: una Guerra financiera que pone en cuestión la credibilidad del sistema de deuda pública estadounidense.

Durante los primeros días de la disminución de las tasas, los bonos actuaron como refugios seguros. Sin embargo, el lunes 7, los inversores empezaron a deshacerse de estas inversiones, lo que provocó una caída en su valor y un aumento en sus tasas de interés. Esta dinámica es crítica: cuando los precios de los bonos caen, su rentabilidad (interés) necesariamente aumenta, contrarrestando la reducción de tasas inicial.

Por ejemplo, la rentabilidad de los bonos a 10 años de EE. UU. experimentó un repunte de más de 50 puntos en una semana, alcanzando el 4.40%, un aumento significativo en comparación con el 3.99% anterior. Esto indicó que los bonos del tesoro habían perdido su estatus de refugio seguro en tiempos de riesgo. Algunos expertos advirtieron que el ritmo de liquidación de estos bonos era tan rápido que eventualmente podría requerir intervenciones de la Reserva Federal.

El mercado de deuda estadounidense, que se sitúa alrededor de los $29 billones, es el eje del sistema financiero global. Su estabilidad tiene repercusiones directas sobre las reservas internacionales y los costos de endeudamiento de empresas a nivel mundial. Por lo tanto, un trastorno grave, como la ola de ventas actual, podría alterar drásticamente las condiciones financieras globales.

Si la confianza en los bonos se deteriora, los Estados Unidos podrían verse obligados a pagar tasas de interés más altas para financiar su deuda, lo que contradice los objetivos de Trump y agrava el déficit fiscal. Esto fue uno de los factores que llevaron a la Suspensión temporal de tarifas durante 90 días que anunció el ex presidente.

Pero, ¿cuáles son los factores detrás de esta nueva crisis económica?

Las causas son variadas. Una de ellas es el temor a un aumento de la inflación: aunque en marzo se reportó una inflación del 2.4%, por debajo de lo esperado, otros indicadores sugieren un panorama preocupante. Otro factor es la actividad de los fondos de cobertura. Muchos de estos fondos se encontraban sobreexpuestos, y cuando los mercados comenzaron a caer, se vieron obligados a vender sus posiciones en bonos para cubrir sus garantías. Este fenómeno generó ventas forzadas, lo que llevó a un efecto dominó: caída en los precios de los bonos y continuas presiones de venta.

Algunos analistas advierten que, si no se producen cambios drásticos en la política económica, los bonos de EE. UU. podrían perder su estatus de «activo refugio», y la recuperación no sería rápida. Estados Unidos comienza a ser percibido, de manera sarcástica pero alarmante, como una «República Banana» con un gobierno poco confiable.

Una de las soluciones que se anticipa es que Trump ordene a la Reserva Federal disminuir las tasas de interés, facilitando así el préstamo y fomentando la inversión. Sin embargo, no todos los actores del mercado ven esta opción con buenos ojos.

El segundo factor que se sugiere como un riesgo potencial es la liquidación por parte de los inversores, quienes deciden vender deuda pública debido a políticas que consideran inflacionarias o irresponsables. Muchos esperan signos claros de eficiencia gubernamental, esperando que liderazgos como el de Elon Musk prometan recortes en el gasto estatal.

Así, la verdadera lucha entre las élites se está configurando: por un lado, los grandes gestores de fondos de pensiones como BlackRock, Bank of America o JP Morgan; y del otro, aquellos que apuestan por una administración más acorde con ciertos valores comerciales.

Un actor silencioso, pero potencialmente decisivo, es China. Desde enero, los gigantes asiáticos han acumulado $761 mil millones en bonos del tesoro estadounidense, posicionándose como un importante jugador a seguir. Aunque no está claro si están vendiendo activamente, algunos analistas creen que una liquidación masiva de parte de China podría acelerar la caída de precios y desencadenar una crisis aún más profunda. Esta podría ser su forma de imponer «dolor financiero» a los Estados Unidos en lo que se ha transformado en una guerra silenciosa, aunque eficiente.

Por ahora, la situación permanece en un estado de espera.

14.04.2025

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