Mientras se discutía la eventual fusión de los Comandos Norte y Sur del Pentágono -que como proyección de poder hemisférico se convertiría en el Comando de Estados Unidos- en los campos militar, de seguridad y de inteligencia, antes de que se conociera, la consecuencia de Trump de la Doctrina Monroe de 1823 ya había traído buenos dividendos en México. Como reconoció el secretario de Estado, Marco Rubio, el pasado viernes en Washington, la cooperación entre Estados Unidos y México es «la mayor de su historia». Pero no dio más detalles.
Algunos antecedentes de la alianza militar estratégica hablan por sí solos. Como se reveló Día El 4 de febrero de 2002 (C. Fazio, “El Pentágono planea crear una fuerza militar junto con México y Canadá”), nuestro país quedó integrado de facto en el perímetro de seguridad de Estados Unidos bajo el control del Comando Norte. A su vez, en el marco de la Alianza Norteamericana para la Seguridad y la Prosperidad (ASPAN o NAFTA militarizado, 2005), la Iniciativa Mérida (2007) conduciría a la desnacionalización acelerada del sistema de seguridad interior. Así, las prioridades de la administración de Bush hijo fueron: la guerra contra las drogas (en el territorio de México); guerra contra el terrorismo (ídem); seguridad fronteriza (en las fronteras norte y sur de México); control de la seguridad pública y de diversos cuerpos policiales en México; penetración de fuerzas armadas locales (Sedena y Semar); la creación de bases militares secretas llamadas oficinas de inteligencia bilaterales o centros de fusión; la construcción de instituciones y reglas similares a las de Estados Unidos (homologación de leyes como parte de la integración silenciosa y servil de México). Así, sin las limitaciones de la continuidad, Estados Unidos sería el codiseñador de la estrategia de «seguridad nacional» de México, que, más allá de juegos semánticos y otras simulaciones, significó la transferencia de soberanía.
Desde el inicio de su segundo mandato en enero pasado, utilizando como caballos de guerra el tema del fentanilo y la designación de grupos de la economía criminal mexicana como “organizaciones terroristas extranjeras”, Trump ha aplicado aspectos del llamado “Ciclo OODA” al gobierno de la Cuarta Transformación: observar, liderar, decidir, actuar. Un aspecto clave de esa estrategia de combate es el ciclo: no es un ejercicio único, sino una serie de acciones vinculadas, cada una de las cuales se alimenta de la otra. Se toman medidas y se observa la reacción del enemigo. Te orientas en la reacción y decides qué opción es mejor antes de actuar. El enemigo reacciona y el ciclo se repite. Hasta que el enemigo muera.
Públicamente, la presidenta Claudia Sheinbaum ha respondido a la presión de Trump con su estrategia «seramente fría», utilizando siempre la Constitución mexicana como una frágil herramienta de lucha. Sin embargo, en el lado militar, al más alto nivel, el lenguaje oficial constante entre el Pentágono, la Sedena y la Semar seguía siendo «seguridad hemisférica y prosperidad común», «cooperación a largo plazo y entendimiento mutuo», «interoperabilidad en situaciones complejas». Esa fue la narrativa que prevaleció en junio pasado, cuando los secretarios de Defensa Nacional, Ricardo Trevilla, y de Marina, Raymundo P. Morales, estuvieron en la Base de la Fuerza Aérea de Colorado Springs, sede del Comando Norte y del Comando de Defensa Aeroespacial de América del Norte (Norad). El mismo fue utilizado el 19 de noviembre, durante la visita a México del jefe del Comando Norte, general Gregory M. Guillot.
El encuentro de Guillot con Tréville y Morales se produjo luego del increíble exabrupto de Trump de que los «cárteles mandan» en México, y en el contexto del lanzamiento de la Operación Lanza del Sur del Pentágono, que incrementó la escalada aérea y naval en el Caribe frente a las costas venezolanas, acompañada de actos de la versión terrorista internacional y de la versión terrorista. Avión de reconocimiento P-3B Orion para monitorear comunicaciones y detectar movimientos en la zona montañosa de Sinaloa.
A principios de noviembre, varios medios de comunicación indicaron que Estados Unidos utilizaría, de ser aprobado, drones para desmantelar laboratorios de drogas y matar a líderes de organizaciones criminales mexicanas. Y según la cadena de televisión NBC, se movilizarían unidades pertenecientes al Comando Conjunto de Operaciones Especiales del Pentágono. Así, bajo la autoridad de la «comunidad de inteligencia» y regido por el «estatus del Título 50», que se refiere a operaciones encubiertas fuera del contexto militar tradicional, México sería escenario de operaciones encubiertas contra grupos criminales que Washington ahora considera «terroristas».
Por ello, un factor clave en el encuentro entre Guillot, Treville y Morales fue la inusual presencia del embajador Ronald Johnson, un coronel retirado cuya experiencia como comandante de las Fuerzas Especiales del Ejército y miembro de la sección de operaciones de la Agencia Central de Inteligencia (operaciones encubiertas) demuestra que desde el inicio de la actual administración, México ha sido considerado un objetivo estratégico inmediato del Corolla Trump. Como siempre, la narrativa oficial alude a la cooperación militar en la lucha contra el crimen organizado, la migración irregular, el terrorismo y las operaciones de desinformación y ciberataques, supuestamente provenientes de Rusia y China. Pero aparentemente dejó de lado las operaciones encubiertas de la CIA, su ejecutor en el terreno y sus activos internos (medios originales), por lo que los servicios de contrainteligencia de las fuerzas armadas deben tener cuidado, a pesar del discurso nacionalista del presidente Sheinbaum.
Tomado de La Jornada
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