En Paipa un hombre con antecedentes de abuso sexual vuelve a protagonizar un caso por actos abusivos – – El informante

El relato de los hechos

Sobre las 5:00 p. m., un vecino paseaba a su mascota cuando notó una escena que detuvo su caminata: un hombre identificado como José Ramos, señalado en el pasado por abuso sexual, llamaba de forma insistente a una niña de tan solo 6 años mientras se realizaba tocamientos indebidos en plena vía pública. Al ser confrontado, sacó un cuchillo y se dio a la fuga. En su recorrido, amenazó a otro joven que tambien intentó detenerlo al percatarse de la situación.

La Policía llegó al lugar, lo detuvo momentáneamente y procedió a la revisión de antecedentes. Allí, confirmaron lo que muchos ya sabían: Ramos tiene historial judicial por el delito de actos abusivos sexuales con menor de 14 años.

¿Por qué no fue capturado?

Aunque fue llevado a la estación de Policía, no se le pudo privar de la libertad. Según lo informado por los uniformados, el sistema aún arroja su registro, pero todo indica que:

  1. Ya habría cumplido su condena, o
  2. Las denuncias previas perdieron vigencia jurídica, lo que impide una acción por parte de la Fiscalía.

Este punto revela un vacío que muchas veces deja a la comunidad expuesta: el historial existe, el riesgo es real, pero la ley necesita un nuevo proceso formal para proceder.

¿Qué dice el Código Penal?

El delito por el que Ramos fue condenado está tipificado en el Artículo 209 del Código Penal Colombiano como “Acto sexual abusivo con menor de 14 años”, con penas de 8 a 16 años de prisión. Si hay acceso carnal, la sanción es aún mayor. Y si hay uso de violencia, se pueden sumar delitos como amenazas, tentativa de lesiones personales o incluso violencia agravada.

Además, la reincidencia, aunque no sea punible sin denuncia, sí constituye una alarma social real, especialmente cuando los hechos ocurren en espacios públicos y con potenciales víctimas tan vulnerables como lo son los niños.

La impunidad como cómplice silenciosa

Este caso revela el mayor enemigo en los delitos sexuales: la impunidad. A veces no es producto de negligencia judicial, sino de la falta de denuncias activas, de procesos caducados o de víctimas que, por miedo o cansancio, prefieren guardar silencio.

Y es aquí donde la reflexión se vuelve urgente: no denunciar permite que el historial de los agresores se borre con el tiempo, como si el daño no hubiera existido. El miedo de hoy, muchas veces, se convierte en la libertad del agresor mañana.

¿Qué tan enferma está la sociedad?

No se trata solo de José Ramos. Se trata de una enfermedad social que normaliza ciertos comportamientos, que minimiza el riesgo y que, muchas veces, culpabiliza al entorno antes que al delincuente.

La presencia de hombres con historial de abuso caminando libremente y masturbándose por calles cercanas a parques, escuelas o barrios residenciales no es casualidad: es negligencia estructural. Y si, este tipo de palabras suenan fuertes y desagradables, pero son la realidad.

Y lo peor: es reiterativa.

El llamado a la ciudadanía

La Policía ha pedido abiertamente a la comunidad del barrio Fátima extremar precauciones con los niños. Advirtieron que, pese a no poder actuar por ahora, Ramos tiene antecedentes graves y que su comportamiento reciente es preocupante.

No basta con la indignación en redes. Hay que actuar. La denuncia formal no es un trámite, es una herramienta legal indispensable para activar el sistema judicial.

José Ramos, con historial por abuso sexual, fue nuevamente señalado en Paipa tras un acto sospechoso con una menor. Aunque fue retenido, no fue capturado por falta de denuncia vigente.

El caso de José Ramos no debe pasar como una anécdota más. Es un reflejo de lo que ocurre cuando la ley no alcanza a tiempo. No se trata de venganza, se trata de protección. Porque donde hay una víctima silenciosa hoy, puede haber una tragedia irreparable mañana.

La justicia no puede ser un eco del pasado. Tiene que ser acción del presente.

Desde el hogar, no desde la tragedia

La educación sexual no puede seguir siendo un tema incómodo o postergado. Tiene que empezar desde casa, desde la primera infancia, desde los espacios más cotidianos y seguros. Hablar con claridad, sin tabúes ni rodeos, es una forma de proteger. En los colegios, especialmente en los primeros grados, debe ser una herramienta pedagógica y preventiva, no un lujo opcional.

Porque donde el silencio educa, el abuso encuentra campo fértil. Enseñar a reconocer límites, a decir no, a identificar conductas indebidas y a confiar en los adultos protectores, puede ser la diferencia entre una niñez sana y una marcada por el trauma. La ignorancia, en estos casos, no es inocencia: es vulnerabilidad.


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