La expansión de las autonomías latinoamericanas no se detiene y se profundiza en muchos países de la región, especialmente entre los pueblos indígenas amazónicos de Brasil y Perú, pero también entre los garífunas de Honduras y lentamente entre los pueblos negros y campesinos.
Durante una reciente visita a Lima pude constatar, en diversos intercambios con personas que trabajan con gobiernos territoriales autónomos en la Amazonía, el grado de consolidación de estos procesos que comenzaron alrededor de 2015, poco tiempo, pero que se remontan a varias décadas.
En el caso de Perú, el punto de inflexión fue el Baguazo en 2009, cuando los pueblos Awajún y Wampis enfrentaron valientemente a un Estado que pretendía privatizar los bienes comunes. Se cerró un enorme control de carreteras con decenas de muertos durante una ofensiva de helicópteros artillados contra combatientes amazónicos.
La masacre de Bagua del 5 de junio de 2009 fue la venganza del Estado por la primera derrota que le infligió el pueblo, porque no estaba dispuesto a aceptar que no había logrado someterlo.
A partir de ese momento, la población de la región norte amazónica se dio cuenta de que la vieja cultura política de movilizarse para negociar con el gobierno ya no funcionaba y que debían tomar otros caminos.
Seis años después, en 2015, nació el Gobierno Territorial Autónomo de la Nación Wampis, en lo que varios analistas consideran un punto de inflexión histórico al alejarse por primera vez de la “lógica sindical” de movilizarse para negociar.
Diez años después, la región cuenta ya con nueve ciudades que han declarado su autonomía, mientras que otras seis ciudades de la selva central (entre ellas los Asháninkas, la nación más grande) también han declarado su autonomía.
En total, son 15 procesos de autonomía que no sólo construyen sus propios gobiernos y su propia forma de vida, sino que también crean autodefensa colectiva apoyada por las comunidades.
En 2024, Aidesep (Asociación Interétnica para el Desarrollo de la Selva Peruana), que agrupa a 2.400 comunidades, decide en asamblea nacional que 51 ciudades amazónicas seguirán el camino autónomo, cada una con su tiempo.
Así, en unos años tendremos un cambio de largo plazo que tendrá profundas repercusiones en la región y probablemente en todo el país.
Un tema central es que algunos pueblos andinos, especialmente los aymaras, también debaten qué caminos tomar ante la imposibilidad de continuar el diálogo con el gobierno de Lima, que hace tres años respondió a la movilización andina con una brutal represión que causó al menos 50 muertos.
Cerrado el camino que siempre han seguido los andinos, debaten cómo continuar la lucha.
En este punto es bueno recordar el proceso que involucró a Hugo Blanco, líder de los campesinos quechuas de la Confederación Campesina del Perú (CPK).
Luego de los hechos de Bagua, la organización andina de resistencia a la minería, Conacami (Confederación Nacional de Comunidades Peruanas Afectadas por la Minería), comenzó a debatir si permanecer en su definición clasista de campesino o avanzar también hacia una identidad indígena, con la que casi todas esas comunidades andinas, integradas por Quechumar y Chaymara A.
La izquierda peruana reaccionó violentamente para bloquear estos debates y detener el proceso, amenazando a la organización con limitar sus fuentes de financiamiento, ya que tenía influencia en las principales organizaciones no gubernamentales (ONG) que la apoyaban.
De manera tan deleznable se interrumpió el proceso que podría haber conducido a la unidad de la Amazonía y los Andes, aunque como resultado el Conacami entró en una crisis de la que no pudo recuperarse.
La historia que escuché en Lima sugiere algunas reflexiones.
La primera es cómo la izquierda no puede ni quiere superar su racismo, su visión eurocéntrica del conflicto social, y además sigue considerando a los pueblos indígenas como menores a los que hay que patrocinar y dirigir. Por lo demás, no es algo extraño, pero de momento provoca indignación y enfado.
La segunda es que su elección por una definición clasicista se hizo sin escuchar, sin tener en cuenta las razones de la gente, sino por algo más: saben navegar en el terreno clasicista, pero se pierden en cuanto entran en la cuestión autóctona, porque no gobiernan su camino, ni entienden sus lenguas, ni conocen sus historias.
Se podría agregar que su eurocentrismo los familiariza más con la dinámica de clases (y la toma del poder estatal) que con la dinámica popular (y la construcción de otros poderes).
Finalmente, la izquierda hegemónica es profundamente capitalista en algo que no logra ver: apuesta por la unidad, la hegemonía y la homogeneización de los sujetos colectivos; Sin embargo, desconfían profundamente de la diversidad porque no pueden controlarla. En serio, pero completamente cierto.





