Cauca atraviesa un profundo cansancio que ya no se expresa sólo en protestas, sino en un descontento generalizado por la forma en que se toman las decisiones que afectan a la liga. En municipios, pueblos y distritos urbanos se repite una actitud común: las políticas públicas se definen lejos del territorio, sin conocimiento de primera mano de sus realidades sociales, económicas y de seguridad.
Durante años, la liga sólo ha aparecido en las noticias cuando estallan crisis: masacres, bloqueos o crisis humanitarias. A medida que pasa la urgencia, el entusiasmo institucional se desvanece y el abandono se vuelve cada vez más evidente y doloroso.
Uno de los principales interrogantes se refiere a un liderazgo que prometió cambios pero terminó gobernando el Cauca desde lejos. Los líderes provenientes de Bogotá toman decisiones desde oficinas blindadas, mientras los alcaldes enfrentan el conflicto armado, la pobreza y la ausencia del Estado. Esta desconexión ha creado una brecha entre el discurso político y la realidad cotidiana: hablamos de seguridad sin vivirla, de desarrollo sin gestionar la escasez y de paz sin mantener sociedades divididas.
Autoridad que proviene de la experiencia.
En medio de este descontento, cobra fuerza el nombre de Arnulfo Mostacilla Carabalí, ex alcalde de Miranda, cuyo liderazgo se construyó a través de una compleja gestión. Su experiencia en el territorio, enfrentando la violencia y la desigualdad, es lo que hoy valoran muchos ciudadanos.
Más allá de un nombre, surge un debate central: ¿Cauca seguirá aceptando líderes no afiliados o abrirá un espacio para quienes conocen la realidad por experiencia directa? En este agotamiento colectivo, la idea de poder concebida desde el Cauca comienza a convertirse en esperanza.
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