El nombre de Omaira Sánchez sigue resonando 40 años después como uno de los rostros más dolorosos de la tragedia de Armero. En la noche del 13 de noviembre de 1985, la erupción del volcán Nevado del Ruiz desató una avalancha de lodo que sepultó su pueblo y le quitó la vida a más de 20.000 personas.
La niña de 13 años, presuntamente atrapada entre escombros y barro, resistió durante casi tres días mientras era filmada y atendida por rescatistas. Su cuerpo estaba sumergido en lodo hasta el pecho, pero con serenidad hablaba con los socorristas. En sus últimos momentos, expresó su amor a su madre y familia: “Mami, te quiero mucho… Adiós, madre”, fueron sus palabras finales.
Los esfuerzos por rescatarla enfrentaron obstáculos: los equipos no contaban con la maquinaria adecuada, como una motobomba capaz de aspirar el barro. Las autoridades llegaron a considerar amputarle las piernas para liberarla, una decisión que quedó en suspenso debido a su gravedad.
Periodistas como Germán Santamaría, quien estuvo con ella, relatan con dolor que fue uno de los coberturas más difíciles de su vida: «No quise verla morir», confesó. A pesar de la cobertura mediática, el rescate no logró salvarla; el 16 de noviembre, Omaira falleció, dejando un legado de ternura y tragedia.
Después de su muerte, cumplió una promesa que ella misma había hecho: pidió que su madre recibiera una casa si no sobrevivía. La empresa Occidental Petroleum, presente en Armero, honró ese deseo y le entregó a Aleida Garzón un hogar en Bogotá.
Hoy, la tumba de Omaira se ha convertido en un lugar de peregrinación. Visitantes dejan flores, muñecas y mensajes de agradecimiento. Su figura aún inspira reflexiones sobre la memoria, la negligencia institucional y el valor humano frente a la tragedia.
36





