Plan principal económico Donald Trump

Nota: Aunque las decisiones que toma Donald Trump en los Estados Unidos de América son objeto de un amplio debate, el Sr. Varoufakis ofrece una explicación que ilumina a aquellos que no somos expertos en economía sobre el plan de Trump. ¡Será interesante descubrir qué pasará!

Las políticas económicas del presidente Trump han generado una gama de reacciones entre sus críticos centristas, oscilando entre la desesperación y una esperanza renovada de que su furia arancelaria eventualmente se disipe. Estos críticos parecen suponer que Trump abandonará su postura antes de que se revele la debilidad de su razonamiento económico. Sin embargo, omiten un hecho crucial: la obsesión tarifaria de Trump forma parte de un plan económico integral que, aunque riesgoso, tiene una lógica interna.

Su argumento se basa en una visión errónea de cómo funcionan el capital, el comercio y el dinero a nivel global. Al igual que una cervecería que se beneficia de su propia producción, Trump ha caído en la trampa de su propia retórica: concebir el mundo como un lugar de mercados competitivos donde el dinero es neutral y los precios, supuestamente, equilibran la oferta y demanda. Pero, en el ámbito económico, Trump es, irónicamente, más astuto que sus críticos, ya que entiende que el poder económico puro, y no simplemente la productividad, es lo que determina quién controla los recursos a nivel nacional e internacional.

Para poder desentrañar el pensamiento de Trump, es fundamental abordar tres preguntas clave: ¿Por qué cree que Estados Unidos ha sido tratado injustamente por el resto del mundo? ¿Qué tipo de nuevo orden internacional imagina donde Estados Unidos pueda volver a ser «grande»? ¿Cuáles son los pasos que planea seguir para lograrlo? Solo al responder estas preguntas podemos formular críticas razonables sobre su modelo económico.

Entonces, ¿por qué el presidente considera que Estados Unidos ha sido tratado injustamente? Su principal argumento radica en que la supremacía del dólar otorga enormes ventajas al gobierno y a las élites estadounidenses, aunque él sostiene que, a largo plazo, esto perjudica al país. Para Trump, el privilegio que representa el dólar se ha vuelto una carga, ya que siente que los recursos de Estados Unidos están siendo explotados por naciones extranjeras.

Trump ha denunciado la caída de la industria manufacturera en Estados Unidos, afirmando: «Si no tienes acero, no tienes nada». Asocia esta caída con el uso del dólar a nivel mundial, argumentando que los bancos centrales extranjeros manipulan su valor de forma que impide la recuperación de las exportaciones estadounidenses. No es que estos bancos centrales actúen en contra de los intereses de Estados Unidos, sino que el dólar es considerado un refugio seguro que ellos necesitan acumular. Por lo tanto, no están invirtiendo en sus propias monedas, sino que el Banco Central Europeo, el Banco de Japón, el banco popular de China y otras entidades, mantienen un valor bajo de sus divisas para favorecer sus exportaciones a Estados Unidos, lo que genera un ciclo vicioso de acumulación de dólares.

Ahí radica parte del razonamiento de Trump. Considera que Estados Unidos juega un rol como buen ciudadano global, sufriendo el costo de ser el proveedor de la moneda de reserva. Como consecuencia, la industria manufacturera de Estados Unidos está en declive, porque el país se ha comportado como un buen samaritano, sacrificando las oportunidades de su clase trabajadora para que otros países prosperen.

No obstante, la hegemonía del dólar también benefició a los estadounidenses. El hecho de que bancos extranjeros adquieran deuda pública estadounidense permite que el gobierno de los Estados Unidos mantenga déficits y financie un ejército potente. Asimismo, gracias al predominio del dólar, Trump puede imponer sanciones a otros gobiernos a voluntad. Sin embargo, desde la perspectiva de Trump, esto no compensa el sufrimiento de los fabricantes estadounidenses. Él cree que el país se ha debilitado en nombre del poder geopolítico, mientras que el americano corriente, el trabajador industrial, sufre las consecuencias.

La verdadera pesadilla de Trump es la posibilidad de que esta hegemonía se desvanezca. En una entrevista en 1988, al promover su libro «El arte de la negociación», expresó: «Somos una nación deudora. Algo sucederá en los próximos años si continuamos perdiendo $200,000 millones al año». Ha estado cada vez más consciente de un inminente punto de inflexión: a medida que la producción estadounidense disminuye y la demanda global del dólar crece, la apreciación del dólar podría volverse insostenible.

Cuando los déficits alcanzan un cierto umbral, los inversores extranjeros podrían entrar en pánico, deshaciéndose de sus dólares y buscando otras monedas. En este contexto, Estados Unidos podría enfrentar un colapso internacional, con su sector productivo derrumbándose, mercados financieros desestabilizados y gobiernos insolventes. Esta posible crisis ha llevado a Trump a pensar que debe crear un nuevo orden internacional, y esa es la esencia de su plan maestro: la ejecución de un nuevo paradigma económico global.

El núcleo de este nuevo orden sería la decreciente dependencia de un dólar fuerte como moneda de reserva. Esto aspiraría a reducir las tasas de interés a largo plazo en Estados Unidos. ¿Es posible que Trump consiga lo que él anhela, tener un dólar hegemónico y a la vez depreciado? Él es consciente de que los mercados no se ajustarán por sí mismos. Solo los bancos extranjeros pueden hacerlo. Pero primero deben ser persuadidos para actuar, y esos aranceles sirven como herramienta de presión.

Algunos críticos no comprenden su estrategia. Piensan erróneamente que Trump espera que sus tarifas reduzcan el déficit comercial. Sin embargo, él reconoce que esa no es su verdadera intención. Lo que busca es forzar a los bancos centrales a bajar sus tasas de interés y, a la larga, hacer que otras monedas se debiliten frente al dólar. Esta estrategia podría mitigar el impacto de los precios de los productos importados en los consumidores estadounidenses, haciendo que, en esencia, sean ellos quienes paguen las tarifas.

Pero esta política arancelaria representa solo la primera fase de su plan maestro. Con tarifas elevadas como el nuevo estándar, y acumulando dinero extranjero en activos seguros, Trump puede esperar que tanto aliados como adversarios en Europa y Asia busquen renegociar sus acuerdos comerciales. En esta etapa, se iniciaría la segunda fase de su propuesta: negociaciones exhaustivas.

A diferencia de sus predecesores, Trump evita las reuniones multilaterales. Su enfoque busca tratar con cada nación de forma individual, como una rueda de bicicleta donde cada rayo no interfiere significativamente con el funcionamiento de la rueda en su conjunto. Así, confía en su capacidad para abordar las inquietudes de cada país por separado, utilizando las tarifas como una palanca y la amenaza de retirar el apoyo militar de Estados Unidos como otra herramienta de presión, con la esperanza de conseguir un nivel general de cumplimiento de su agenda.

¿Y cuál es ese cumplimiento? Busca lograr que las demás naciones aprecien significativamente sus monedas sin depreciar la supremacía del dólar. No solo espera que otros bajen sus tasas de interés, sino que también tiene demandas específicas. Los países asiáticos, que ahora acumulan dólares, deben reducir sus reservas en dólares a cambio de sus propias monedas. A la eurozona le podría exigir la ampliación de plazos en sus relaciones económicas, la reubicación de manufacturas alemanas a Estados Unidos, y, por supuesto, aumentar las compras de armamento estadounidense.

La visión de Trump respecto al orden económico internacional es bastante diferente de la mía , pero eso no nos da licencia para subestimar su poder y determinación, especialmente cuando muchos centristas están desconcertados. Como cualquier buena estrategia, esta podría fracasar. La depreciación de la moneda puede no ser suficiente para equilibrar los efectos de los aranceles en los consumidores estadounidenses. O quizás la oferta de dólares sobrepase la capacidad de mantener tasas de rendimiento sostenibles a largo plazo. Sin embargo, más allá de estos riesgos manejables, el plan de Trump será puesto a prueba en dos frentes políticos.

El primer riesgo político para su estrategia proviene del interior. Si el déficit comercial comienza a disminuir como lo prevé, el capital privado extranjero podría drenar de Wall Street. En ese momento, Trump tendría que traicionar ya sea a su tribu de banqueros y agentes inmobiliarios, o a la clase trabajadora que lo respalda. Simultáneamente, podría abrirse otro frente. A medida que interactúa con otros países, podría descubrir que genera descontento internacional. Por ejemplo, Beijing podría desechar la precaución y usar BRICS como el nuevo sistema Bretton Woods, donde el Yuan asuma el papel que históricamente tuvo el dólar. Tal vez este sea el resultado más sorprendente—y justificado—de un arriesgado plan maestro de Trump.

Miércoles, 04.09.2025

Traducido por Google Translate I Edmundo Salazar Del original en inglés: Plan maestro económico (inglés Donald Trump (versión en inglés como traducción de contribución)

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